BILBO LOPE Y LA POLÍPTOTON

Aprovechando la remasterización en 4k de la mítica saga cinematográfica de El Señor de los Anillos, me acerqué el otro día a las salas de cine con la intención de disfrutar una vez más con las imágenes que fueron el deleite de unos ojos de la infancia. Llegados a la fiesta de celebración del centésimo undécimo cumpleaños de Bilbo Bolsón, no pude evitar reírme con su discurso, especialmente cuando en un alarde de ingenio dice lo siguiente:

[…] ciento once años no son nada para vivir rodeado de tan excelentes y admirables hobbits. No conozco a la mitad de vosotros la mitad de lo que desearía, y lo que deseo es menos de la mitad de lo que la mitad merecéis.

De niño quedé tan desconcertado o más que los apacibles hobbits que escuchaban al bueno de Bilbo, intuyendo que efectivamente no había dicho nada bueno, pero perdiéndome en el trabalenguas que merecía ser revisado para saber qué dijo con concreción. La frase no alberga complicación sintáctica alguna ni tampoco metafórica, sino que su complejidad e ingenio radica en el uso reiterado de una palabra que puede llevar o no diferentes morfemas flexivos. En este caso la complejidad se encuentra en torno al uso reiterado de la palabra «mitad» y del verbo «desear», que crean un ingenioso juego a nivel semántico. Vale, esto está muy bien, pero diréis, ¿y qué tiene que ver Lope en todo esto? Pues mucho, la verdad, vamos a verlo.

Cuando hablamos de literatura del siglo XVII español tendemos a pensar en esos estilos conceptistas y culteranos, normalmente visibles en Góngora, Quevedo o Gracián. El conceptismo es un estilo que busca continuamente la sorpresa y el ingenio por medio de asociaciones inesperadas por su distancia semántica, habitualmente conseguidas por metáforas encadenadas o por los dobles sentidos. El culteranismo —que no es excluyente del anterior— busca una sintaxis y vocabulario latinizante y continuas referencias a la cultura que se entendía por excelencia entonces, es decir, a las antiguas Grecia y Roma. Se suele decir, por ejemplo, que Calderón es más complejo de leer a nivel estilístico que Lope, debido a su empleo intrincado de la sintaxis y al uso de los conceptos, entre otras cosas. No en vano se suele asociar el inicio de La vida es sueño con un reto a El arte nuevo de hacer comedias, pues Lope recomienda un estilo comprensible para el público, excluyendo palabras como «hipogrifo», precisamente la primera palabra que emplea Calderón en su afamada obra (esto es un matiz anecdótico, pues en gran medida Calderón siguió las directrices renovadoras de El arte nuevo de Lope). Sin embargo, en favor a la verdad, debemos decir que Lope no es menos complejo ni tampoco su intención de ser comprendido lleva a su texto a la sobriedad estilística, sino que su complejidad radica en otros elementos, siendo principalmente una complejidad semántica, conceptual (no de relaciones conceptistas, sino de laberintos semánticos en torno a las ideas).

Resulta que la figura de repetición de la que hablábamos en la escena de Bilbo es una figura retórica que se conoce como políptoton, cuyo uso comenzó a cobrar gran importancia con la poesía cancioneril de finales de la Edad Media, una tendencia que influyó en los autores del siglo XVII, siendo Lope de Vega uno de los máximos exponentes en el uso de esta figura, como podemos ver en el siguiente fragmento de El perro del hortelano con los verbos «querer», «amar» y «ver»:

Querer por ver querer envidia fuera,
si quien lo vio sin ver amar no amara,
porque si antes de ver, no amar pensara,
después no amara, puesto que amar viera.

O este otro de Nadie se conoce (también de Lope) con el verbo «pensar»:

Pienso en pensar qué pensamientos crío
que no falten de vos sólo un momento,
y, por no tener otro pensamiento,
de pensar en perderle me desvío.

Así, Bilbo entronca con esta tradición estilística que ya vimos encarnada en otros personajes como Teodoro o Lisardo, teniendo esa inclinación lúdica e ingeniosa de desconcertar al oyente sin necesidad de utilizar un vocabulario excesivamente complejo ni alteraciones inesperadas, sino meramente acudiendo a laberintos semánticos que sembrarán el desconcierto inicial en mentes poco ágiles, o la indirecta y la sugerencia para aquel que esté atento.

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