UN «MÉLANGE» HISTÓRICO
Comencé a leer «Ponte en mi piel», escrito por Emma Lira y publicado por Espasa, hace unas semanas. He de decir que me llamó la atención el hecho de que se vendiese como la historia real en la que después se basaría Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve para escribir el cuento popular «La belle et la bête» o, como lo conocemos en la península, «La bella y la bestia».
Cada palabra que leía me tenía completamente abstraída del mundo que me rodea, hasta que encontré algo, concretamente dos nombres propios, que me dejaron completamente petrificada: el rey Francisco de Francia y el dauphin Enrique.
Fue en ese momento cuando mi cabeza comenzó a hilar todo lo que conocía hasta que me llevó a otro clásico francés, en este caso de Perrault (o de los hermanos Grimm si nos gusta más la versión alemana, la cual es posterior), es decir, «Cenicienta», y ese clásico lo asocié con la película «Por siempre jamás», por lo que mi mente disoció completamente del resto del cuerpo.
Creí la ficción utópica y no quise ver la realidad: ni Enrique, ni Francisco, ni Danielle de Barbarac eran lo que nos prometía la gran pantalla.
Es por ello que hoy me gustaría hacer una comparativa de los personajes presentados en el cine con los que encontramos en la novela de Lira (cabe destacar que la novela no gira en torno a estos personajes, pero a través de los ojos de los narradores —y personajes principales— aprendemos sobre ellos).
«Por siempre jamás» (Ever After: A Cinderella Story) es una película de 1998 dirigida por Andy Tennant y protagonizada por Drew Barrymore, Anjelica Huston y Dougray Scott. En ella, se nos cuenta una versión moderna y postfeminista del cuento de «Cenicienta», de los hermanos Grimm.
La película gira en torno a la vida de Danielle de Barbarac, una chica que se queda huérfana a los dieciocho años y se encarga de cuidar a su madrastra y hermanastras. Una mañana, en el campo, ve que un hombre que desconoce le está robando su caballo, por lo que decide que una buena opción sería tirarlo a pedradas. Cuando el susodicho se cae, se da cuenta de que es el príncipe Henry (Enrique), el cual está huyendo de la Corte del rey Francis (Francisco), es decir, su padre.
Por cuestiones de la vida, Danielle de Barbarac se vuelve a encontrar con el príncipe Henry, aunque él no la reconoce, y es ahí cuando Madame de Barbarac le cita Utopía: «y vos, toleráis que vuestro pueblo esté mal educado y sus modales corruptos desde la infancia, y después los castigáis por los crímenes a los que su primitiva educación les ha abocado, se llega a la terrible conclusión señor de que primero los hacéis ladrones y los castigáis después», de Tomás Moro, por lo que Henry se interesa cada vez más por ella.
En la película se nos presenta al rey Francis, Francisco I, como un hombre que gobierna no solo sobre las personas, sino sobre la vida de su hijo en lo que respecta a las relaciones amorosas, incapaz de comprenderlo e incapaz de verlo como un futuro rey por la inmadurez que presentaba al no decidirse por ninguna mujer de la Corte para casarse con ella.
Por otro lado, tendríamos al príncipe Henry, Enrique, un joven hombre que ha tenido la suerte de ser de sangre real, al que se lo han dado todo hecho y que, por el simple hecho de haber nacido en una posición privilegiada, tiene el derecho de mirarte por encima del hombro. Todo esto sin contar el giro de 180º que da el personaje debido a la evolución que va teniendo a lo largo del film.
Sin embargo, la película no deja de ser un cuento de hadas inspirado en otro un clásico en el que la ficción sigue superando a los hechos reales y demasiado utópico,;al fin y al cabo, se basa en el libro de Tomás Moro.
En la novela de Lira encontramos reflejados a los personajes de una forma más fidedigna. Recordemos que es novela histórica y que el proceso de documentación que ha llevado la escritora y periodista ha sido exhaustivo. Tanto Francisco como Enrique se presentan tal y como los historiadores nos han dejado constancia de ellos.
Como anteriormente mencionaba, en la película se presenta al rey como un señor que no hizo prácticamente nada por y para la nación. Esto no es así; el rey Francisco I, conocido también como el Padre y Restaurador de las Letras, Rey Caballero y Rey Guerrero, es el monarca más importante de la Francia renacentista.
Padre y Restaurador de las Letras porque su educación en el italiano y en el latín lo convirtió en un hombre con sensibilidad y gusto. Un monarca aficionado al arte que terminaría por ser el mecenas del gran Leonardo Da Vinci (en la introducción de la película de «Por siempre jamás», de hecho, aparece la obra de Da Vinci «La despeinada»).
Rey Caballero y Rey Guerrero porque, en sus ratos de ocio, se dedicó a enfrentarse contra España, en particular con el rey Carlos I. En uno de los enfrentamientos, concretamente en la batalla de Pavía, fue capturado y hecho prisionero. Una vez firmado el Tratado de Madrid, en el cual se hablaba del matrimonio entre el rey Francisco y la hermana del emperador, Leonor, tuvo que entregar a su primogénito Francisco y al segundo hombre de la casa, Enrique, al emperador.
Los dos hermanos vivirían en cautiverio durante un periodo de cuatro años y cuatro meses, años en los que aprenderían el idioma y las costumbres españolas de la época, aunque también influiría en el futuro de Francia como reino.
El príncipe Enrique que encontramos en la película no es más que los frutos de un guión hecho por y para los que creen en las historias y no en la Historia.
Enrique (ficción) es un niño de mamá que lo ha tenido todo en su vida y que no le ha faltado absolutamente de nada. Él no cree en el amor concertado, sino en el verdadero, pero claro, siempre y cuando sea un amor entre la Corte. Evidentemente, si a la película también se le conoce como «La Cenicienta feminista», cabe destacar que estos pensamientos se irán disipando y que el príncipe conocerá al amor de su vida que le hará cambiar de parecer. Nada nuevo en las historietas de los cuentos clásicos.
Sin embargo, el rey Enrique, el de la Historia, no tuvo tanta suerte ni capacidad de elección. Las monarquías son como las empresas, se mueven por intereses, tratados y alianzas entre «primos» (de ahí el dicho «cuanto más primo, más me arrimo»). Se casó con Catalina de Médici, de la familia de comerciantes más grande de Italia, a los catorce años. El amor que había entre ellos se hacía notar por la carencia de este. De hecho, se dice que Catalina de Médici contrataba a médicos para que le hiciera pócimas para que su marido se acostase con él y así darle descendientes al trono de Francia. Dejando las pócimas y las creencias ocultistas a un lado, esto no habría sido posible de no ser por la presencia y persistencia de su amante o maîtresse Diana de Poitiers, una figura muy importante en la toma de decisiones del que sería rey tras la muerte de Francisco I.
Tanta fue la capacidad de convicción de Diana, que al final tuvo diez hijos con la que era su mujer, que no el amor de su vida.
La personalidad de Enrique segundo se desarrolló plenamente en el cautiverio de España, un hecho que, como se ha señalado anteriormente, no solo le afectó a su hermano, sino que a él también.
Francia en ese momento era católica, pero el rey Enrique consiguió llevarlo a un extremo haciendo que los libros no católicos fuesen prohibidos en el país y luchando e incluso matando a los protestantes.
Todos los esfuerzos bélicos y el ansia de poder llevarían a la quiebra de la Corona.
Habría que destacar que ese «y vivieron felices por siempre jamás» solo ocurre en las películas. ¿Cómo iba a llevar una vida feliz con todo su pasado? ¿Cómo iba a ser feliz por siempre jamás si se acostaba con una mujer solo por el hecho de que su «empresa de sangre» se mantuviese a flote?
No tuvo suerte en su vida y mucho menos suerte tuvo en su muerte: Enrique se dispuso a jugar un torneo contra el Conde de Montgomery, Gabriel, para así celebrar la boda de su hija Isabel con Felipe II de España. Una lanza le atravesó el ojo, pero la muerte llegó antes que los médicos.
Aunque eso, queridos lectores, eso es otra historia.
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