ABUSOS SEXUALES EN LA IGLESIA, SILENCIO Y REPERCUSIÓN: «LOS NIÑOS DE SAN JUDAS», «LA DUDA» Y «SPOTLIGHT»

Destapar la verdad es algo complicado, muchos factores determinan su curso, la frenan y entorpecen, hasta que al final parece llegar a un punto en que puede empezar a desmantelarse. Para ello hace falta mucho trabajo y concienciación, no solo es necesario un grupo de personas dispuestas a descubrir la verdad sin tapujos sino que la sociedad esté lo suficientemente preparada como para escucharla y saber castigar a los responsables, aunque eso suponga un cuestionamiento de sus propios principios y creencias.

Los primeros signos de abusos sexuales hacia menores por parte de miembros de la Iglesia católica se manifiestan desde la primera mitad del siglo XX. En la década de los noventa comienza el descubrimiento de muchos de estos casos de pederastia dentro del seno de la institución religiosa (principalmente EEUU e Irlanda), lo que sería solo el principio de todo este problema que llega a alcanzar unas magnitudes inconmensurables. Este foco sirvió de motor de inicio para  numerosas investigaciones y declaraciones por parte de víctimas, hasta entonces atrincheradas por el miedo y la influencia de la iglesia que, en lugar de ejercer su poder de una forma justa castigando a los responsables, decidió correr un tupido velo, ejecutando una oleada de traslados de aquellos miembros inmiscuidos en casos de abusos a infantes.

Este problema se nos plantea en tres grandes películas del panorama medianamente actual del cine : Los niños de San Judas (Aisling Walsh, 2003), La Duda (John Patrick Shanley, 2008) y Spotlight (Tom McCarthy, 2015). La conmoción que generó el tema a partir de la década de los 90 va a la par con la concienciación de la sociedad y, por tanto, la necesidad de plasmar esta cuestión en el cine, de una manera más o menos explícita y abordando el tema en distintos escenarios (reformatorio irlandés, escuela católica en el Bronx, redacción de un periódico); con el objetivo de dejar ver al espectador cómo afectó, tanto a las víctimas como a los periodistas y personas que tuvieron la suficiente valentía como para destaparlo y enfrentarse a un gran organismo. De este modo, se podría decir que hay una cierta deuda con la historia, una necesidad de enmendar este tremebundo error que se cometió en el pasado. La sorpresa de la sociedad, así como el hecho de que la propia Iglesia y sus miembros aceptaran el disparate, fue coetáneo al estreno de películas de este tipo, ya que, es prácticamente imposible imaginarnos una película de mediados del siglo XX donde se muestren de manera explícita los abusos de un cura a un niño o la denuncia clara hacia la Iglesia por estos acontecimientos.

Los niños de San Judas es una película irlandesa estrenada en el año 2003, nos sitúa en la época de los albores de la segunda guerra mundial (1939), en un reformatorio irlandés donde son internados niños problemáticos que pertenecen a familias desestructuradas. El sitio está regentado bajo la autoridad de un grupo de profesores pertenecientes a la Iglesia, cuyos métodos de enseñanza chocan inmediatamente con los del nuevo profesor (Franklin, interpretado por Aidan Quinn), que cuestiona la vorágine de violencia que se lleva a cabo en el lugar por parte del hermano John. Las prácticas depravadas que se dan en el reformatorio (violencia y abusos sexuales), así como la debilidad personal del profesor Franklin ante su reciente desgracia, lo conducen a una espiral de enfrentamientos y luchas tanto personales como externas, con el objetivo de conseguir la fortaleza necesaria para hacer de la educación y la vida de sus alumnos algo que realmente merezca la pena.

En esta primera producción cinematográfica sobre la que vamos a discutir -la más desconocida y temprana tanto en su fecha de estreno como en la época en que está basada- es la única donde se ve de forma explícita la violencia y el abuso sexual hacia los niños, de un modo tan directo que hace tambalear la sensibilidad del espectador. Hay un choque de figuras: por un lado tenemos al hermano John, cuya visión acerca de las normas de la Iglesia está absolutamente trastornada por unos preceptos donde la educación se consigue a base de violencia. La forma de ser del personaje se vislumbra desde el minuto uno, no obstante, los extremos de dicho comportamiento llegan a su punto álgido al final de la película; la compasión y la sensibilidad son sentimientos que brillan por su ausencia en este personaje, cuyo nivel ético-moral es ínfimo. Por otro lado, tenemos al hermano Mac, que en lugar de emplear la violencia como vía de escape utiliza la violación. A pesar de todo, vemos en él un atisbo de culpabilidad y mayor concienciación de la fatalidad de sus actos, es un personaje extremadamente cobarde y débil. Por último, está el profesor Franklin, protagonista de la película, un personaje clave que ayuda a enterrar los típicos tabúes que se suelen generar alrededor de unos jóvenes delincuentes que no conocen nada más allá del robo y la violencia. Aunque su complicada situación personal le podría conducir a un modo de comportamiento más estricto, este decide ahondar en la bondad y la comprensión, en su concepción sobre lo que es justo; no concibe el reformatorio como un modo de castigo, sino de mejora personal. La ilusión y positividad que transmiten las escenas del profesor con los alumnos, mientras les enseña a leer y les regala libros, ayudan a encontrar en la película un elemento de tranquilidad y cierto sosiego ante la irritación que produce la explicitud de las escenas de violencia.

Cambiando la ambientación y el escenario, así como el modo de abordar el tema, llegamos a Spotlight, película que alcanzó la cima de los galardones cinematográficos (premio Óscar a mejor película en 2015),  con un reparto que cuenta con caras muy conocidas (Michael Keaton, Mark Ruffalo o Rachel McAdams: actores que han optado en algún momento por la estatuilla). Nos situamos en Boston, 2002, un grupo de periodistas del Boston-Globe decide hacerse cargo de la investigación de casos de abusos sexuales por parte de curas pertenecientes a la archidiócesis de la ciudad. El trabajo y compromiso del grupo son cruciales para luchar contra el poder de la Iglesia y el miedo de las víctimas, teniendo que superar impedimentos que parten sobre todo del constante encubrimiento de la institución católica; logrando un descubrimiento de la verdad que va siendo progresivamente más chocante, pues lo que empezó con la investigación del caso de un cura acaba por salpicar a más de dos centenares. Vemos el compromiso, la necesidad de no rendirse ante un monstruo que parece mayor que tú y que va a ganar la batalla, pues el equipo vio el momento y la necesidad de que por fin todo viera la luz. Una película con un enfoque interesante que, a pesar de no mostrar una perspectiva interna de cómo sucedieron los hechos, consigue una gran influencia en todo el mundo gracias a la muestra de datos tan alarmantes que consternaron al público por completo.

La evidencia y certeza de los acontecimientos que aparecen en las dos películas anteriores chocan con el caso que aparece en La Duda, donde el propio acto del posible abuso sexual de un cura a un menor queda en segundo plano para ofrecer una historia donde ni los protagonistas ni los espectadores están seguros de nada. Una película inquietante, basada en una obra de teatro, que llegó a la cima de Hollywood, lo cual se le puede atribuir a la actuación de los dos protagonistas (Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman) y la originalidad que suscita la inconclusión general sobre la que orbita la película. La historia gira en torno a una parroquia del barrio neoyorquino del Bronx, donde la directora del colegio, la hermana Beauvier –una mujer estricta y firme a la hora de seguir las reglas y dogmas de la religión católica-  trasmite sus dudas a la hermana Jane acerca de los delicados y extraños encuentros que el padre Flynn –un sacerdote que trata de cambiar el rígido pensamiento del colegio- mantiene con el primer joven negro que ingresa en la parroquia. La actitud del padre ante las acusaciones y la certeza cada vez más alarmante de la directora generan una relación de tensión, prejuicios y reproches entre estos dos que no hará sino acentuar el convencimiento de la hermana Beauvier, a pesar de no tener una evidencia clara, sino la confianza y creencia que tiene en su propia intuición. Los actos y la forma de comportarse de los dos protagonistas se ponen en tela de juicio durante toda la hora y media que dura el filme, para acabar dejando al espectador con una extraña pero satisfecha sensación que intenta llevar a la conclusión de que, en muchas ocasiones, la certeza y claridad que denotan ciertos acontecimientos no es sino la que nuestro propio criterio nos deja ver. No es, en realidad, una película donde la crítica a los abusos del clero sea el foco principal, pero es una buena sugerencia acerca de la perplejidad que en ocasiones generaba el acercamiento de los curas hacia los niños. Aquí, en lugar de ignorarse, tenemos una reacción extrema: sin ningún atisbo de duda, la directora no titubea a la hora de acusar al sacerdote y mover cielo y tierra para que este sea castigado.

El éxito de las películas a menudo radica en la capacidad de estas para ahondar en los sentimientos del espectador, para lo cual se utilizan recursos muy variados: desde un actor/actriz que realiza una excelente interpretación dejando al descubierto los tormentos y debilidades más internos de su personaje, hasta la filmación de escenas donde la violencia y el acto denunciado se ve de una forma directa e intrínseca. Un aspecto elemental a tener en cuenta es el entorno donde se basa la película, es decir, si nos ubicamos en un escenario interno o externo al problema o tema que se va a abordar. Una película no tiene que contar con este tipo de escenas para llegar a un mayor número de espectadores (Los niños de San Judas donde), ni tampoco tiene por qué narrar los acontecimientos desde una perspectiva interna. No por ello la película alcanza un mayor grado de concienciación en el destinatario, como se puede visualizar en Spotlight, donde los hechos giran en torno a un grupo de personajes que no han vivido los abusos en sus propias carnes, es decir, externos a la situación en sí.

Sin embargo, y a pesar de no mostrar una perspectiva sincrónica y explícita de los abusos que cometían  los miembros de la Iglesia contra niños, el modo progresivo de enseñar al espectador cómo el descubrimiento va agrandándose cada vez más, y cómo esto incide tanto en la vida de los periodistas como en el creciente número de víctimas, sirve para calar en el espectador y transmitirle la importancia y veracidad del problema. Con La Duda encontramos un punto medio, donde no se muestran imágenes explícitas de ningún tipo –pues no interesa para la perspectiva e intención de la película- pero sí una perspectiva directa acerca de los hechos, sin tomar el problema a posteriori, lo cual es fundamental para conocer la esencia de la película que no radica sino en los silencios y tormentos de los propios personajes. El silencio marca el desarrollo de las tres películas, el de la propia institución católica ante este problema, hilado a los propios silencios de los personajes y, por tanto, de las víctimas, curas, familiares, abogados, etc. En Los niños de San Judas es clave la relación entre el hermano John y el hermano Mac, los silencios recíprocos que existen entre ambos personajes, que deciden callarse aun conociendo los viles actos del otro por sus propios intereses. La ruptura final del silencio del hermano Mac (decide avisar de la paliza que el hermano John le está propiciando a un niño) nos deja entrever algún atisbo de moral en este personaje, marcado por la cobardía y el desprecio desde el momento en que se muestra cómo abusa de un niño.

Esta decisión -contar la verdad respecto al tema- también puede verse en Spotlight: el silencio reina en un primer momento de la película donde, conforme avanza la trama vemos que la verdad empieza a abrir una veda y ganar terreno al silencio tanto de las víctimas como de los implicados en el encubrimiento por parte de la archidiócesis de Boston (muchas víctimas deciden confesar y servir de ayuda a los periodistas para que al final se haga justicia, así como los abogados que mediaron en demandas contra la Iglesia). Un mínimo brote, es decir, la investigación de unos pocos curas solamente y el interrogatorio a un par de víctimas, sirve para ensanchar el camino y lograr avanzar hacia el objetivo del equipo del Boston-Globe: probar la mediación directa de la institución católica en estos casos (concretamente el cardenal Law en Boston), y el ascendente silencio que impusieron durante décadas. Con La Duda llegamos al culmen de la ambigüedad y, de este modo, del silencio. Las constantes escenas de silencios y miradas entre los personajes, así como la impactante oposición entre la necesidad exacerbada de saber la verdad por parte de la hermana Beauvier y la inexistente voluntad de la madre del supuesto niño abusado por conocerla, nos dejan una historia inconclusa donde el silencio y la duda son tan esenciales hasta el punto de que, cuando los personajes intentan averiguar o escarbar en ese silencio –discusión entre la hermana Beauvier y el padre Flynn- acaban escaldados.

Todos esto confluye con el tema principal sobre el que hablamos en ese artículo que no es sino el silencio generalizado que intentó extender la Iglesia: en Los niños de San Judas la verdad no sale a la luz en el momento, sino que los dos curas son trasladados por orden de los superiores; en La Duda, el sacerdote también es movido hacia otra parroquia; y en Spotlight se ve como, en las fichas, donde aparecían los curas que eran trasladados a otras iglesias por abusos sexuales, figuraba como razón de traslado “enfermedad” y otras muy alejadas de la realidad, todo movido por la institución una vez más.

Intentar comprender el silencio y la situación en el momento de las víctimas es vital para entender las enormes dificultades por las que tuvo que atravesar este problema para salir a la luz. Los momentos de mayor albor de abusos sexuales cometidos por la Iglesia se pueden entender, en parte, debido a la mayor cantidad de familias desestructuradas que existían en el momento y el poder y apoyo que la gente encontraba en la Iglesia para mitigar su dolor y complicadas circunstancias. La madre del niño del que supuestamente abusa el padre Flynn en La Duda ni quiere ni intenta saber la verdad, debido al gran apoyo emocional que el cura le presta a su hijo (este recibe palizas en casa por parte de su padre debido a su condición homosexual). En Spotlight contemplamos cómo la supuesta autoridad y bondad de los curas conducía a los niños a una posición de resignación e incluso de privilegio:

una víctima confiesa que al encontrarse en una situación complicada dentro de su familia, se sintió especial cuando un cura (un enviado de Dios) requiso su atención, sin hallar la extrañeza de los abusos en ese momento debido a la inocencia de los niños y su creencia en la benevolencia de la Iglesia. Las escenas de la periodista Sacha Pfeiffer observando el gran apoyo que supone la Iglesia para la vida de su abuela (va a misa cada día) y cómo esta se rompe al ver el artículo y todo lo que había llevado a cabo la institución, nos sirven de reflejo del pilar fundamental que suponía la Iglesia –y sigue suponiendo-; en esto justificaban su silencio muchos abogados y víctimas, en lo que supondría desmantelar una verdad tan considerable sobre un elemento que sirve de apoyo emocional e incluso vital a tantas personas.

Con la investigación y el primer artículo del grupo Spotlight salieron a la luz siete decenas de casos de abusos sexuales en la archidiócesis de Boston. Después de publicarse el artículo, el número de víctimas dispuestas a hacer justicia aumentó enormemente, pues la valentía e interés del mundo les dio la fortaleza necesaria para hacer frente a sus fantasmas del pasado, abriéndose aún más el camino de la verdad e incrementándose, de este modo, la estupefacción ante las magnitudes del problema. Esto no solo incumbió a Boston, o EEUU sino a países de todo el mundo. Gracias a un arte tan imprescindible como es el cine podemos trasladarnos a la época y mimetizar, hasta cierto punto, con la situación de las víctimas y los impedimentos por los que tantas personas tuvieron que atravesar, generando una sensación de impotencia y rabia. Y gracias a grupos de periodistas como Spotlight y personas que al final decidieron volcarse en la afirmación y la sinceridad, nos damos cuenta de la significación del problema y la inmediatez de seguir trabajando en la verdad y la justicia.

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